Comentario
La ganadería adoptó en la Europa moderna diversas formas. De ellas unas eran complementarias de la producción agraria y otras se desarrollaron al margen de ésta e incluso, puntualmente, en oposición a los intereses de los cultivadores. Según Pedro García Martín, puede establecerse la siguiente tipología de la actividad pastoril:
- Ganadería estante, a la que considera la más común en todas las sociedades agropecuarias europeas y parte indisoluble de la economía campesina. En efecto, el ganado proporcionaba fuerza de tiro y de transporte, a la vez que complementos alimenticios como leche y carne. El ganado era, también, fuente de abono natural para la tierra y daba otros beneficios en forma de materias primas como lana y cuero. Por todo ello, el pastoreo estante estaba estrechamente a la labranza y a las artesanías locales.
- Ganadería transterminante o travesía era la que efectuaba desplazamientos de corto radio entre términos vecinos, determinando en ocasiones la creación de comunidades de pastos entre ellos.
- Ganadería trashumante, basada en desplazamientos de largo radio de grandes rebaños a fin de aprovechar la alternancia estacional de pastos.
Este último tipo de ganadería era propia de las regiones mediterráneas de Europa y se basaba en el ganado ovino. Es cierto que, mucho más al Norte, en Dinamarca, se ponían en marcha anualmente grandes rebaños de reses vacunas para abastecer de carne a las grandes ciudades de los Países Bajos. También en las llanuras húngaras se criaba ganado con similar finalidad. Pero en ambos casos se trata de un modelo distinto. El desplazamiento del ganado se efectuaba para satisfacer la demanda del mercado, y su finalidad era el sacrificio de las reses en los puntos de destino. La trashumancia mediterránea respondía a una distinta naturaleza. Era, en primer lugar, una solución adaptada al medio físico propio del área. Aprovechaba los pastos de verano en las sierras y los de invierno en los valles. Se basaba en la oveja y en la explotación lanera. Su función no era, pues, el abasto de carne en grandes mercados urbanos.
Este tipo de ganadería trashumante existió en Italia, en Córcega y Cerdeña, en el Mediodía francés, en Aragón, Cataluña y Portugal. Pero donde obtuvo un desarrollo más acabado fue en Castilla, a través de una institución privilegiada como la Mesta.
Creada por Alfonso el Sabio en el siglo XIII, esta organización encuadraba a los propietarios de los rebaños que integraban los circuitos de la trashumancia castellana, poniendo anualmente en marcha a cientos de miles de ovejas y a miles de pastores que se desplazaban desde la Meseta norte hasta Extremadura y Andalucía para regresar con el buen tiempo. Durante los reinados de los Reyes Católicos y de los primeros Austrias, la Mesta se benefició de la promulgación de diversas medidas legales de corte proteccionista, tales como la restitución al uso ganadero de aquellas tierras que habían constituido dehesas de pasto y habían sido posteriormente sometidas a cultivo.
A fines del siglo XV y comienzos del XVI la cabaña lanar castellana pudo muy bien alcanzar los 3.000.000 de cabezas, aunque este número descendió, probablemente en un tercio, a lo largo de este último siglo como consecuencia de la expansión agrícola, de la crisis de la industria textil y de la pérdida de interés de la Corona por el sostenimiento del sector.
Tradicionalmente se ha admitido la existencia de una abierta rivalidad entre agricultores y pastores mesteños, en la que las autoridades habrían terciado sistemáticamente en favor de estos últimos. Las causas de tal rivalidad tuvieron una doble vertiente: por una parte, los destrozos causados por los rebaños en los cultivos limítrofes a las zonas de tránsito; por otra, la apropiación por parte de los agricultores de terrenos pertenecientes a las cañadas reales destinadas al ganado.
La estructura de la Mesta estaba al servicio del gran comercio de exportación de lana. La oveja merina castellana producía una lana fina muy apreciada en los grandes centros pañeros del norte de Europa. Tras el esquileo de las ovejas se remitían grandes cantidades de lana a los Países Bajos y, más tarde, también a Inglaterra. El consulado de mercaderes de Burgos controlaba esta actividad de exportación, que se realizaba a través de los puertos cántabros. La Corona estaba muy interesada en favorecerla, en tanto que le reportaba jugosos beneficios fiscales, a pesar de que la industria textil nacional salía perjudicada al quedar parcialmente desatendida su demanda de materia prima.